Cerro Falkner Invernal

Posted by in Relatos

Jueves, 15 de Septiembre de 2016

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Son las 3:40 de la madrugada y me despierto por cuarta vez en las últimas pocas horas… esta vez realmente está sonando la alarma. Es ridículamente temprano para levantarse pero ya estoy lúcido con la expectativa del día que se viene.

La salida invernal al Falkner estuvo en la cabeza de Seba por años, parece, motivado por varios motivos personales. Para mí hay un par de motivos simples que me motivan a levantarme a esa hora. En primer lugar, está muy bueno hacer un cerro invernal: las montañas son de por sí remotas, poco transitadas, y en invierno la cosa se pone aún más… remota. En segundo lugar, si es alguno de esos proyectos locos de Seba, yo sé que va a estar bueno.

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El Falkner desde la ruta (una semana antes)

La salida mutó entre varias versiones como todo lo que se planea con tiempo… Además este invierno fue raro, empezó tarde, agosto estuvo tormentoso, todos laburamos y no podemos coincidir… Del grupo original terminamos quedando dos; de los dos días originales (con la idea de acampar en algún lugar allí arriba) quedo para hacer en el día, por eso era que ahora sonó la alarma.

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Todo el equipo. Falta la comida y meterme yo adentro

La mochila está lista, sólo falta el agua del mate para el viaje. No creo en las cábalas, de otra forma no hubiera sacado la foto de todo el equipo a llevar. Es la tercera vez que lo hago, y las dos anteriores se terminó suspendiendo la salida, y la foto quedó como un recuerdo triste. Como vamos en el día, “vamos livianos”… eso dijimos. La mochila era liviana, hasta que sumamos grampón, piqueta y casco; los fierros básicos y arnés de escalada; raquetas, bastones y botas; arva, pala y sonda; aislante y bolsa de vivac; cámaras, handy, gps, linterna y como 10 pilas; calentador, gas y jarrito; anteojos, antiparras, botiquín, navaja y huevadas; un montón de ropa; agua y cantidad de barritas, frutas secas y dulces (porque para ir liviano, ni un sanguche llevo).

A las 4:10 como acordamos llega el halcón milenario a lo de Seba. No me cruce siquiera un pibe yendo al boliche, porque además estamos en día de semana. El viaje va tranqui, tampoco hay ni animales en la ruta. El cielo está bastante despejado, lo que nos da esperanza; el pronóstico da que se pudre hacia la noche (pero después de haber cancelado varias veces, es ahora o nunca!). A las 5:25 estamos caminando en la cabecera de la senda del Falkner.

Seba conoce la senda bastante de memoria, por suerte. Yo de noche a la luz de las linternas veo lo que puedo, y no me voy a acordar nada la próxima vez. Nada de la senda, pero sí de la vista nocturna: a poco de subir ya vemos todo el lago Villarino, el cerro Peñascoso al fondo, todo iluminado por la luna llena que se está poniendo del mismo lado donde van a venir las nubes todo el día. (La foto imaginátela porque con mi cámara sólo capture un rectángulo prácticamente negro.)

El primer tramo esta medio cerrado entre cañas y bosque de radal, que tironean de las raquetas colgadas de la mochila. Después se abre un poco a una cara de pastos y cañas donde pega el viento… ahí vimos el lago y se anuncia el frío que puede hacer según de dónde venga el viento. Un rato mas tarde entramos en el bosque alto. Pocas referencias me quedaron… de noche, sin fotos, y medio dormido. No mucho después de llegar al bosque empieza a haber nieve que si bien está dura, no es tan profunda y a veces cede al peso de las botas cuando está hueco abajo. Momento de calzarse las raquetas!

Son las 7:30, buena hora para levantarse un día de semana… pero hace 4h estamos levantados y hace 2h caminando. Con raquetas, en el bosque, y apagando la linterna porque ya aclara, parece vamos cada vez más rápido. Arriba nuestro está casi despejado, pero al norte del lado de San Martín está más nublado y el amanecer rojo se esconde entre las nubes y cumbres.

En muy poco tiempo la lenga se convierte en achaparrada y, serpenteando entre las que asoman de la nieve, el lomo que atravesamos da lugar al primer valle con orientacion Norte. Ahí vemos la cumbre intermedia que queremos encarar: un bloque ya sin nieve, que Seba sabe que se puede encarar desde el Oeste, pero al que queremos apuntarle por una canaleta que mira al norte. (Marcado en color en la foto).

El valle no es corto… avanzamos a buen ritmo con raquetas hacia adentro y a eso de las 9:00 y a unos 1750m llega el momento de cambiar de equipo. Abandonamos las raquetas y bastones, cambiamos por grampones y piqueta. La nieve está bien dura y no hay rastros de avalanchas recientes, pero sí de desprendimientos de material (nieve y roca) viniendo de los pedreros con todas las orientaciones… signos de que a la tarde o con alta temperatura se puede poner feo. Este y los otros valles del Falkner (ni hablar en la cara sur) son en invierno tierra de avalanchas, como para evitarlos. Nuestra llegada intentamos calcularla para que aún haya nieve y diversión (y canaletas!) pero… no tanta ni tan fresca.

Con el cambio de equipo nos ponemos los arneses por las dudas, para no complicarnos después. Y si va el arnés, tambien va el resto del material colgando. No esperamos usarlos pero mejor que estén en la cintura y no en la mochila pesando lo mismo pero inútiles.

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Equipados para el resto del ascenso

La cumbre se sigue viendo a la distancia, pero la diferencia se nota al mirar abajo. Vemos un tramo largo de la R40, por lo que cada vez que maneje hacia el sur voy a estar mirando este mismo punto donde estamos trepando.

Con grampones vamos aún más rápido que con las piquetas. El sol no llega a brillar detrás de las nubes, la nieve sigue bien dura, y el valle está reparado del viento como para que no se sienta frío. A las 10:00 ya estamos a 1900m y podemos ver muchas cumbres familiares desde una perspectiva que no se si había visto antes. En la foto el Buque (no se ve su cumbre principal) deja ver detrás al Chapelco Grande, el Escalonado y el Azul, que se confunden en la distancia.

La progresión sigue siendo rápida. Subimos sin zigzags, derecho por los bordes de los pedreros para evitar terrenos de desprendimientos. Uno se olvida de la pendiente aunque se pone cada vez más pronunciada, hasta que los gemelos te hacen acordar que empieces a subir con los pies de costado o pie de pato, o cuando la piqueta en travesía da lugar al “piolet apoyo” (que sí, lo tuve que buscar en el libro para acordarme el nombre) y es más rápido y seguro subir gateando y clavando la punta de la piqueta como un cuchillo.

Para mi sorpresa, me sigo sintiendo muy seguro en los grampones y anclado a la piqueta. Aunque cada vez que miro atrás (abajo), me pregunto cuánto de eso es una ilusión. Seguimos subiendo derecho cada nevero para ganar altura, y cuando necesitamos avanzar en distancia los recorremos en travesía, rápido y de a uno, siempre esperando que no pase nada. Desde uno de los neveros mas anchos y después de cruzarlos y mientras descansamos en un punto de menor riesgo, caen un par de rocas rodando como la rueda de un auto de carrera. Recuerdo de que no estamos, ni de pedo, del todo seguros.

La cumbre ya se ve realmente cerca. Hacemos un descanso antes de la última travesía. Estamos cerca del filo y el viento que viene de donde quiere nos pega más duro ahora. Nos abrigamos, cerramos todos los cierres. Son las 11, comemos más fruta seca y barritas y té; y el estómago que ya siente que hace rato fue la hora del amuerzo ya se dio cuenta que lo estamos cagando, que la bicicleta va a seguir para largo sin ningún almuerzo.

Lo que sigue va a ser la cumbre… o lo que haya allí. Entre algún cambio de ropa y sacarme los guantes para manipular algo ya estoy temblando un poco. Yo digo que es del frío y no del cagazo de ver la famosa canaleta justo delante nuestro. También se me congelan un poco los dedos, así que me justifico, es porque hace frío.

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Última parada antes de la canaleta

Con bastante nervio arrancamos la canaleta. Seba va de primero y a mí me quedo la gran responsabilidad de… grabar todo con la GoPro en el casco. Subirla fue un placer. La nieve bastante dura, los escalones se marcaban y afirmaban; hundir los 60cm de piqueta eran un anclaje para confiar. La progresión de estos tal vez 50 metros tomó unos veinte minutos de concentración y de apretar los cantos en que ni sabía si estaba cansado o si hacía frío: cada músculo hacía lo suyo sacando energía de lo poco que comimos… y principalmente de la adrenalina. Piqueta, puño, patada, patada, piqueta, puño… Sólo paraba para respirar, espaciarme de Seba, y mirar tímidamente para atrás lo suficiente para que el cagazo me afirme de nuevo a la nieve.

La dulce progresión duró hasta que el fin de la canaleta se curvó a la izquierda… y se acabó. A la izquierda, una repisa con lugar para uno, donde nos metimos dos. Montarse a la repisa fue más delicado porque todas piedras se movían, y la nieve ya era muy poco profunda para afirmar la piqueta. De la repisa a la izquierda, caída. Hacia arriba, roca para la que no teníamos material ni experiencia. A la derecha, la canaleta se cerraba en una cornisa que para peor era además rimaya de las rocas que teníamos encima… ni nos atrevimos a tocarla para cruzarla.

Así que hasta ahí llegamos. Improvisamos un anclaje (lo único bueno de este lugar expuesto fue que al menos la roca encima nuestro aceptó una buena cinta para segurarnos). Estuvimos deliberando, armamos un rapel, y nos fuimos para abajo. Mitad rapel, mitad descenso con piqueta. Con los nervios no hubo ni una foto arriba… la que siguió es mas relajado luego de uno o dos rapeles de 15m, donde sale la cornisa que nos tapó el paso. Más charlado, con risas, midiendo la inclinación que estimamos en 65 o 70 grados.

Técnicamente… no hicimos cumbre. Pero se siente como si lo hubiéramos hecho. Estuvimos a 10-15m de diferencia (en altura) y a 20-40m de distancia; y hubiéramos llegado de haber ido por la ruta más tradicional (donde Seba había subido ya) y caminable. Pero la experiencia de haber subido (y bajado) esa canaleta fue única. Nos preguntamos si habremos sido los primeros en esa vía: quien subiría todo ese cerro en invernal para meterse en una canaleta que no lleva a ningún lado?

Este “ningún lado” se convirtió en un punto preciso para mí. Ya no es ninguno. Me va a quedar grabada esa repisa, esa roca que de la que nos descolgamos. Que aunque no distinga desde lejos, voy a creer ver desde cualquier cerro de la zona cuando mire al sur. Y aunque no hayamos visto 360 grados, las vistas desde acá pagaban todo el esfuerzo también:

Al salir de la canaleta y guardar la cuerda, descansé sobre una roca y me reí de mí mismo sintiéndome tan seguro como en una reposera en la playa, cuando estaba a 2000m de altura, en una pendiente de 45 grados (que sentía casi plana), a horas de volver y con el tiempo que se estaba poniendo feo. Todo es relativo.

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Sentado en una piedrita minúscula pero aflojando el stress: después de la canaleta (Foto de Seba)

Los primeros neveros para bajar fueron rápidos, disfrutando la nieve que se había transformado y permitía hundir los talones y perder altura muy rápido. El viento helado nos pegaba en la espalda e invitaba a apurarse.

Eso duró tal vez media hora, lo que dura la adrenalina en desaparecer del cuerpo. Lo que siguió fue primero entender que las piernas ya dolían, y por más rápido que bajábamos las raquetas abandonadas abajo estában siempre al mismo kilómetro de distancia. La nieve cedía cada vez más, varias veces me hundí hasta la ingle atrapando una pierna en algún hueco entre rocas. Con el cansancio, los pasos eran ya más desprolijos, las patadas salían para cualquier lado y los grampones dejaban su rastro en el pantalón.

En las raquetas desarmamos el equipo técnico, rearmamos la mochila que con todo encima de nuevo, más la cuerda mojada que que me tocó bajar a mí (ya era hora) parecía que pesaba cuarenta kilos. Estuvimos un buen rato en ese trámite, otra vez, y aprovechamos para seguir mintiéndole al estómago con boludeces. Se largó a nevizcar, la cumbre allá lejos se tapaba de nubes, y era momento de huir.

Mover las raquetas en la nieve pesada costaba, y yo sentí todo el peso del cansancio justo desde este punto. Quería tener esquíes para bajar, y las raquetas se enterraban y pesaban. Recuerdo que en la nieve blanda y con pendiente hasta esquiaban… al menos unos metros.

Luego de rodear unos lomos, encarar el rumbo de la senda tradicional, y caminar lo que parecieron 10 horas pero fueron 2, llegamos a la base. La última hora con las raquetas en la espalda (más peso) pero los pies libres fue a la vez un descanso para los pies y un agonía para las piernas que no querían frenar mas. Se largó a llover en algún momento, aunque no se sentía. Abajo el paisaje era otro; conocí la senda que no había visto en el ascenso nocturno, y acostumbré los ojos a estar otra vez abajo.

La experiencia se grabó muy fuerte y tal vez sea la primera de muchas. Seba dice que nos graduamos de “alpinistas novatos”, lo que sea que eso signifique. Yo no me gradué de nada, a mí me faltan un montón de clases… ni hablar del manejo tan polivalente del material técnico de mi compañero de cordada:

De vuelta en el auto y luego de doce horas de marcha, nos dimos cuenta lo prolijo que salió (casi) todo. Se notaron las horas de entrenamiento del año porque las piernas siempre respondieron en el ascenso, y llegamos en 6h a esta “cumbre”, canaleta incluida. El quipo que llevamos estuvo perfecto, y se usó todo (excepto material de emergencia). La planificación del tiempo calzó justo, valió la pena salir tan temprano para subir con nieve dura todo el tiempo (de otra forma no creo que hubiéramos superado la canaleta) y bajar antes de que llegue la tormenta.

Total distance: 8.95 km
Max elevation: 2049 m
Total climbing: 1266 m
Total time: 11:40:19